La habitación era roja
en el diván
una nena de 17
y otra de 15
levitaban
desnudas
a 15 centímetros
del contacto.
Un basurero,
una anciana de nylon
kilómetros de alambrado
playa desierta
otoño.
Los ojos caen fuera del vidrio
la cabeza golpea contra la ventana
y un árbol cae.
Desperté en un micro
con rumbo a Río de Janeiro.
Dos maletines
llenos de humo.
Loros.
Ropa amarilla.
Un alambrado inmenso
divide la playa
de la ciudad.
Miró el mar
y después a la izquierda.
Una anciana
leprosa
acercándose.
- ¿Cómo llegamos allá? - Dije señalando el agua.
- ¿Cuál es tu nombre? - Respondió.
- Juanchi – conteste - ¿Es usted argentina?
Ella abrió la boca
y no emitió sonido.
Comenzó a caminar
guiándome con su brazo
por las calles angostas
de la fabela.
Ze pequeño conducía
una bicicleta
a toda velocidad.
Una llave
se desprendió
de su bolsillo.
Lo llame por su nombre
pero no se detuvo.
La vieja señalo la reja
y su cabello se puso blanco.
Tres pasos.
Un candado.
La llave correcta.
La arena estaba caliente,
ella sonrió
miró la ola
y respiro hondo.